Queridos amigos de la naturaleza ibérica:
Este que os habla es un miembro de la diáspora, uno de los muchos españoles que no ha tenido más remedio que hacer las maletas e intentar buscar un porvenir lejos del hogar. Desde la nostalgia y, por supuesto, pensando en volver, os saludo.
Yo soy de Bollullos de la Mitación, un pueblo de la comarca del Aljarafe, a no muchos kilómetros de Sevilla y también cerca de la provincia de Huelva; un pueblo que se convirtió en una ciudad dormitorio como quien dice. Recuerdo que en los años de la fiebre de la construcción los viejos decían que el día de mañana nos tendríamos que comer los ladrillos y el cemento. Y así ha sido. Y no es que un servidor esté en contra de la construcción. Pero lo que no se explica es por qué sistemáticamente se están tomando medidas que van directamente contra los intereses y la riqueza de nuestra agricultura, nuestra pesca y nuestra ganadería. Fijémonos, por ejemplo, que California, famosa por su prosperidad, debe su riqueza a sus cultivos. Y digo yo, ¿acaso en nuestra tierra, de norte a sur, no tenemos tanta riqueza potencial de cultivos como tiene California? ¿Acaso no somos el Mediterráneo y el Atlántico? ¿No somos también de tierras frías e incluso tenemos posibilidades de cultivos tropicales, desde el sureste a las Islas Canarias?
¡Hemos dejado de lado nuestra riqueza natural y nos hemos sumergido en engañosas políticas clientelistas que nos han llevado al abismo! Porque primero le tocó el turno a la industria. Nos la desmantelaron. Y lejos de haber reconversión, lo que ha habido es un modelo exclusivista/”monocultivo” de construcción y turismo, sin más salidas. E incluso hay quien nos promociona como el paraíso del turismo basura de las orgías para guiris. El paro y la falta de expectativas no nos deja en paz, mientras que depresivos telediarios exponen cómo la corrupción no cesa. La única salida para muchos no ha sido otra que emigrar por necesidad. Y encima nos hablan de progreso. Manda bemoles… Y no contentos con eso, desde fríos despachos de Bruselas se nos dice hasta las gotas de leche y aceite que podemos producir. Y se firman acuerdos ventajosos para Turquía y el Magreb en perjuicio de todos aquellos que viven y trabajan la tierra.
Curioso es que antaño hubiera quien dijera que la tierra para que la trabaja. Pues digo yo: ¿Hay alguien que trabaje y se preocupe más la tierra que los cazadores, que los ganaderos o que los agricultores? ¿Y qué sería de nuestras vidas sin aquellos que se echan al mar para obtener el pescado variado y saludable? ¿Por qué los pescadores tienen que estar acosados muchas veces por ciertos países limítrofes y sin defensa de las que se suponen que son nuestras autoridades?
Con tanto acoso y tanto abandono, nos estamos quedando sin gente que sepa trabajar la tierra y el agua. Que en verdad, es una labor de artesanía. Porque artesano de la tierra es el mayoral que en la dehesa (el mayor bosque mediterráneo) se encarga del toro bravo con una labor paciente y esmerada, viviendo por y para el animal, sin máquina que valga; como no hay máquina que valga para el recolector de la aceituna de mesa, que con sus manos ordeña el olivo para recoger lo más presentablemente posible el antiguo y sabroso fruto del árbol cuyas ramas huelen a victoria romana. Artesano de la tierra también es el galguero que mima y estiliza a su perro para que corte el viento tras la liebre en un momento tan atávico como simbólico, natural y entrañable; galguero que no tiene la culpa de que algún malnacido suelto haga barbaridades con los galgos u otros perros cuando ya envejecen. El buen galguero siempre se ha ocupado y preocupado para que sus perros tengan una jubilación de lujo. Y en esto de la cría canina también están otros artesanos, como los criadores de alanos, mastines, presas canarios y de otras muchas fuertes y formidables razas de perros. Así como está el cetrero, artesano del viento que ausculta y comprende a las más nobles aves, continuando una tradición antiquísima que implementaron visigodos y árabes, entre otros. Y no nos olvidemos de los artesanos del agua: De la energía paciente del río al corral marítimo de la almadraba; mantenedores con su esfuerzo y tesón de tradiciones seculares y artífices y defensores de la limpieza del entorno.
¿Cómo es que no tienen voz ni voto? ¿Cómo, encima, han de soportar que se les calumnie e insulte?
El grave problema que conlleva esta situación es que una sociedad que pierde el contacto con la naturaleza, acto seguido, también pierde el sentido de la trascendencia, a la par que se pierden las normas más elementales del sentido común. Todos estos años hemos visto cómo las ideologías, siempre caducas, se estrellaban contra la realidad una y otra vez. Y por si no tuviéramos bastante, irrumpe violentamente la ideología animalista como enésimo proceso desquiciante. Y no irrumpe sola, ni por la fuerza de sus supuestos militantes (escasos, por cierto). A ver cómo se explica entonces que el PACMA tenga su sede en la calle Preciados de Madrid… ¡La calle más cara de España! Como buena neocasta que son (en nada se diferencian de la vieja casta), no sólo viven de una injusta política estatal de subvenciones que está desangrando nuestras arcas públicas, sino que también reciben dineros de Suiza y Holanda. No teníamos bastante con los fríos despachos belgas y esto también… ¿Por qué tenemos que premiar a los que odian a nuestra cultura? ¿Por qué no se aprecia el bagaje laboral y el conocimiento de los currantes de nuestra naturaleza; los que de verdad saben?
Y después de tantas barrabasadas, todavía hay quien confía en partidos que, año tras año, buscan vender la moto ya no se sabe a quién, mientras que el desastre nos acucia… ¡Ay esos partidos! Responsables de políticas no ya equivocadas, sino corruptas. Y responsables de las subvenciones al animalismo.
Todos estos ataques desembocan, fatalmente, en la desertización de nuestra patria. El mapa de España tiene color de fuego. A este paso, no nos vamos a quedar sólo sin toros, sino también sin piel. No vamos a saber sembrar ni recolectar. Y por supuesto, tampoco vamos a saber criar animales, esos animales que los ideólogos animalistas no ven como tales, sino como peluches o imitaciones de Bambi. No saben que la naturaleza es tan sabia como recia y jerárquica. Con la mayor de las hipocresías, con pseudoargumentos manidos, dicen que “el torero es un sádico que se divierte pinchando a un animal.” Y digo yo, si nos guiamos por esta pseudológica, ¿son sádicos carniceros y pescaderos? Vale, no es lo mismo que la tauromaquia, ni tiene su misma liturgia; pero, si el tema es la “diversión”, si un carnicero corta un filete con una sonrisa, ¿es un perverso miserable? ¿Lo es alguien que come cola de toro entre sonrisas y una copa de vino; licor que le habrá sido robado a la uva, arrancada de la vid? ¿Es un sádico aquel que arranca la planta para su sustento? ¿O aquel que se tiene que emplear con las malas hierbas? ¿Saben estos animalistas que muchas veces hay que luchar contra plagas de roedores?¿Van a prohibir los matamoscas, las ratoneras o los insecticidas?¿Llamarán ladrones a los apicultores que con paciencia y laboriosidad extraen la miel de las abejas?
¿Pero qué saben de la naturaleza estos ideólogos baratos? ¿Es que se creen que la tierra es un dibujito animado? ¿Cómo van a querer a los animales cuando tienen tanto odio contra las personas?
Porque esa es otra: No todos los animales parecen ser iguales para estos manipuladores. Dicen sentir lástima del toro bravo cuando muere en la plaza, el animal que mejor vive y que mejor es cuidado, y sin embargo, ¿dicen algo cuando se pisa una cucaracha?
El toro bravo no es una mascota. Como no lo es el lobo, el lince, el águila o el oso que se apellidan como nuestra península. Tampoco son mascotas zorros, jabalíes o venados. Y reiteramos: Que tampoco son peluches ni dibujos animados.
Y ya que hablamos de supuestas crueldades, que nos digan los animalistas si no es cruel encerrar a un animal en el espacio de un piso y someterlo a horarios y normas estrictamente humanos… O ya puestos, ¿no será para ellos crueldad el hecho de la domesticación? ¿Será una pajarera un antro de tortura?
Esto es serio. Que ya hay quien le da dietas vegetarianas a sus gatos… Los mismos que luego inundan las redes sociales con insultos, amenazas de muerte y demás lindezas. Ni los caballistas se libran ya de esta pesadilla: Ya hemos tenido noticias fehacientes de cómo más de un jinete ha sido vejado por estos que aparecen y desaparecen al alimón de las subvenciones.
Además, ¿qué es eso de juzgar las cosas tan a la ligera? Por ejemplo: ¿Es que la matanza del cerdo que todavía se hace en muchos pueblos de España no es un hecho comunitario, culinario y hasta antropológico de primera magnitud?¿Se han puesto a investigar la cantidad de atavismos de cariz histórico-mitológico que hay en la tauromaquia? ¿O la técnica y destreza que tiene que desarrollar la caballería o la cetrería?
El torero no se “divierte”. Ni el público tampoco. Está en juego la vida y en medio, un arte de belleza efímera y ancestral.
El carnicero no se “divierte”. Ni tampoco se “divierten” los pueblos que organizan la matanza del cerdo. Hacen bien su trabajo y saben del aprovechamiento y la cultura que tienen entre manos.
Poner espetos de sardina en la playa no es una “diversión” ni “sadismo”. Forma parte de un oficio y una cultura.
Pero el simplismo odioso es equivalente a decir que un cuadro no es más que un chorreón de pintura.
¿Qué sobre gustos no hay nada escrito? Eso ya es otra cosa. Naturalmente que se debe respetar al que no guste. Pero eso es una cosa y otra el prohibicionismo pedante, delirante y tiránico. Y encima, por los que luego dicen que “prohibido prohibir”, todavía con rancios aires de Mayo del 68. ¡Esa es la coherencia de este personal!
¿Por qué esta política de crispación, de enfrentamientos? Enfrentamiento entre ciudad y campo, enfrentamiento entre padres e hijos, enfrentamiento entre regiones…
No tiene por qué ser así.
El campo y la ciudad pueden vivir en armonía. No hay que demonizar a la ciudad. Debe haber espacios naturales en la ciudad, no tenemos por qué vivir ante masas deformes de humos, hierros y cristales; así como el campo puede aprovechar los adelantos del mundo urbano. Lo que no es de recibo es que gente urbanita que ha ido al campo porque fueron de excursión con el colegio esté legislando tiránicamente no ya contra el interés de los trabajadores de la tierra, que por supuesto; sino contra la tierra misma, exhibiendo mala leche y desconocimiento. Los ecolojetas ni aman la naturaleza ni tienen “sensibilidad”: Tan sólo tienen sectarismo e irrealidad.
Amigos: Que “charanga y pandereta” dejen de ser términos denigratorios. Que España es de charangas y panderetas como también es de boinas, cachirulos, aurreskus, xiringüelus, jotas, sardanas, seguidillas, sevillanas, verdiales, fandangos, muñeiras, guitarras, bandurrias, dulzainas, gaitas, txistus, tamboriles, fallas, ferias, romerías… Tenemos un patrimonio cultural envidiable, que en arquitectura nos habla de mudéjar, románico, gótico, barroco, clasicista… Y si bien se aprecia diversidad, también hay no pocos nexos de clara unidad. Por otra parte, la cultura no ha de ser patrimonio de los mismos subvencionados mediocres de siempre. La cultura es algo mucho más amplio y profundo. No hay derecho a que los defensores de ideologías que han costado millones de muertos mantengan al mundo de la cultura como su cortijo usurpado y cerrado.
Ya nos han robado bastante. Nos han robado los bolsillos, sí, pero también nos han robado cultura, tradición y tierra. Nos han robado nuestra unidad y nuestro orgullo. Nos están dejando sin nada. Nos quieren robar hasta el alma.
Asimismo, pronto irán a por los armeros. Serán capaces de querer prohibir el tiro con arco y todo lo que les antoje. Cualquiera que sepa manejar un arma será considerado un delincuente en potencia. A este paso, ¿prohibirán exhibir las patas de jamón ibérico? ¿La paella ya no podrá llevar mariscos?
Sea como fuere, seamos conscientes: No hay que tener miedo. Ni tampoco hay que azuzar el miedo a otros. La política del miedo no funciona, y menos con las nuevas generaciones, que lo han perdido (casi) todo. Ello explica el momentáneo éxito de ciertos oportunistas de nuestro tiempo, incluidos los enemigos del jabón. Hay quien ha querido matar moscas a cañonazos, y el tiro ha salido por la culata. Y es que eso del miedo no va con nuestra gente: ¿Acaso puede tener miedo un pueblo de gente esforzada, aventurera, decidida? ¿Acaso va a tener miedo la sangre de los que plantaron picas en Flandes? ¿Acaso no fueron hijos de la Península Ibérica e islas adyacentes los marinos que demostraron las auténticas dimensiones y formas del globo terráqueo? No es la hora del miedo, sino de la ilusión: La misma ilusión que nos transmitieron nuestros mayores con su entrega y sabiduría. Tuve la suerte de tener tíos paternos que fueron galgueros, aficionados a la cacería, y lejos de ser sádicos, eran amantes y sapientes de la naturaleza, como lo era mi abuelo materno, que amén de ser carnicero de oficio, era un amante de la tauromaquia, al igual que lo era el paterno, que echó los dientes en la agricultura. De una forma u otra, muchos familiares y paisanos míos han estado ligados al mundo agrícola, taurino o cinegético. Y ellos sabían y querían mucho más nuestra naturaleza ibérica que los diversos cantamañanas que nos taladran los oídos con sus sandeces.
La realidad es que tanto taurinos como ganaderos cazadores, pescadores, agricultores, cetreros, agricultores etcétera, comparten intereses comunes, y todos por igual son el blanco de los subvencionados animalistas y adláteres. El sector agropecuario ibérico está muy amenazado y eso no es de recibo cuando tanta riqueza potencial hay y más en estos tiempos de crisis. La España rural se está despoblando. Y es la España que hace más falta: La España del horno de pan, la España de los huevos de corral, la España de la leche de vaca, la España de incontables variedades de quesos, la España del mosto que junta el otoño y el invierno, la España de las castañas asadas. En Francia, gracias a que este sector se ha organizado políticamente y ha obtenido representación, se ha blindado la tauromaquia y por ley no se permite que los energúmenos asaltacorridas interrumpan esta noble y dedicada fiesta. Por eso, lo dicho: Nada de miedos. Ilusión. Trabajo. Esfuerzo. Concordia. Y unidad. Unidad para construir un movimiento agrario ibérico que también tienda la mano a nuestros hermanos portugueses; cada uno en su sitio, pero compartiendo suelo y conciencia, mirando al futuro.
POR NUESTRO PUEBLO.
POR NUESTRA TIERRA.
POR NUESTRAS RAÍCES.
POR NUESTRAS TRADICIONES.
¡TODOS POR LA NATURALEZA IBÉRICA!
Antonio Moreno